Me llamo Nuria, soy la hija de la Nuri y la nieta de la Laureana, y en marzo de 2012 tomé una decisión insólita, casi épica: compré una casa por culpa de un libro.
Estaba siendo el peor año de mi vida. Lo había comenzado el 1 de enero con el ingreso de mi guapa en un hospital y la recuperación era lenta y difícil. En el trabajo no iban bien las cosas y no sabía cuánto tiempo más tendría una nómina segura cada mes. Me sentía atrapada y totalmente limitada por la recuperación de mi guapa, y nadie sabía decirnos si aquello sería crónico o no, si alguna vez volveríamos a la normalidad ni cuándo.
Por aquel entonces mi amiga Ana Esteban me había pedido que posara desnuda para un proyecto fotográfico, con la idea de incluirme en la serie «libertad», porque supongo que ella todavía veía en mí a una Nuria que yo en realidad no terminaba de encontrar. Me negué durante mucho tiempo, pero al final accedí. En ese momento, despojada por completo de máscaras, la pregunta era «¿Qué quieres hacer?»
En la mesilla de noche, antes de irme a dormir, leía una frase de Carmen Martín Gaite que no quería olvidar:
«Normalmente se sueña una cosa y se hace otra. No te dejes engañar, intentar realizar los sueños es lo único que al final de la vida te reconcilia con contigo mismo.»
Y yo, desde siempre, tenía una idea rondando por la cabeza, algo que mis amigos resumían como «la casa rural literaria de Nuria» y que para mí todavía no tenía una forma definida, aunque, por supuesto, sabía que estaría en mi pueblo, el lugar en el que había pasado 4 meses al año durante toda la vida, hasta que empecé a trabajar.
La casa de mi tía Julia (la hermana mayor de mi abuelo) llevaba varios años en venta y yo no había pensado seriamente en comprarla, aunque me apenaba pensar que sería un lugar al que no volvería a entrar (tal y como sucedía con la casa de mi abuela) y echaba de menos a mi tía y las largas conversaciones que con ella había mantenido en su cocina. Como la casa no se vendía, mi madre me pidió que pusiera un anuncio «en eso de los ordenadores, para que lo puedan leer los del bajo Aragón». Mi guapa y yo hicimos unas fotos a la casa y yo me dispuse a colgarlas en internet.
Entonces sucedió lo inesperado. El libro que estaba leyendo en ese momento, un libro en catalán, que ni siquiera es mi lengua, que había comprado quizás hacía un año por el título, pero no había leído todavía, un libro que hablaba de Barcelona y que no iba de pueblos ni nada de eso, un libro cualquiera, de repente me envió un mensaje y fue como una bofetada que me dijese: «¡espabila!». Pensé en mi otro gran referente, Michael Ende, y supe que no, que no era casualidad que justo en el momento adecuado, se abriera el libro adecuado, por la página adecuada y leyéramos la frase adecuada, y no, no podía ser casualidad que Bel Olid, en su libro «Una terra solitària», me estuviera diciendo esto (traducción libre al castellano):
La tía Encarna me ha dicho que han puesto en venta la barraca donde vivían cuando era pequeña, tengo curiosidad por ir a verla. Se ve que casi la regalan, podríamos comprarla y, más adelante, quizá arreglarla y poner un negocio de turismo rural, o ir alguna temporada … Se ve que el paisaje es espectacular. Quizás te iría bien para pintar.
La respuesta estaba clara. No podía dejarme engañar. Tenía que comprar Casa Tía Julia.
No me canso de leer este relato tuyo,Nuria.
Gracias Piedad! A ver si consigo pronto un coche y voy a vuestra Casa Manubles de visita 🙂
Hola Nuria
Acabamos de conocerte gracias a una buena amiga/agitadora nuestra e inversora en “tejas” de tu maravilloso proyecto, Mentxu.
Nos encanta tu historia y la manera en la que muchas veces suceden las cosas…Debo decirte que tu proyecto nos servirá de “guía” en el nuestro.
Yo llegué a esta isla maravillosa hace 22 años, en parte por mi trasero inquieto y principalmente por un libro de alberto Vazquez Figeroa…Lo que son las cosas!
En unos años encontré a mi guapo, gran persona y artista “desinquieto”. Unos pasos después y algunos soplos de inspiración y amor por las cosas sencillas nos está llevando a vivir la vida de otro modo, ha restaurar rincones olvidados y ofrecer acomodo a viajeros de todas partes. Personas que con su llegada tren aire fresco y nos dan mucho más de lo que pedimos.
No quiero cansarte, pero nos encantará poder conocerte un poco más y participar de algún modo en tu proyecto que de tanta realidad nos está llenando.
Un abrazo desde las islas afortunadas
María y Gilber