(El título se lo debo a Jorge Ramiro, que definió así el encuentro en un tuit y ‘la raya’ es la frontera de Castilla con Aragón, el punto justo donde nos encontramos)
Llevo días queriendo escribir sobre el «Networking de otoño» celebrado el pasado 28 de octubre en Ciria, pero se me acumulan los acontecimientos, se cruzan las historias, pasan cosas increíbles gracias precisamente a ese encuentro y son tantas las ganas de contarlo todo, que temo atropellar palabras.
Así que, de momento, me centraré en el sábado 28, en las maravillosas personas que acudieron a este evento, desde lugares tan diversos como Bilbao, Madrid, Huesca, Zaragoza, Aranda del Moncayo, Bijuesca, Malanquilla y por supuesto, Soria capital.
Ya en el post que anunciaba el networking explicábamos las motivaciones y qué personas habían confirmado su asistencia. A última hora se nos unió también Vicente «divergente», lo que fue una sorpresa y nos alegró mucho volverle a ver tras haberle conocido unos meses antes en Torralba de Ribota, gracias a «Pueblos en Arte». También agradecimos la presencia de una delegación de la asociación de mayores de Malanquilla. En total, llegamos a estar 25 personas en las escuelas (nuestro pueblo, en invierno, no pasa de 30 habitantes).
Queríamos crear un ambiente agradable donde todas las personas que vinieran se sintieran invitadas a explicar sus proyectos o inquietudes y creo que lo conseguimos. Las escuelas, como siempre, sirvieron de espacio para que nos sentáramos en un círculo en el cada participante podía ir tomando la palabra. Nos hizo especial ilusión que acudieran Esperanza, Angelines, Mari Carmen y Consuelo como representantes de Ciria y que nos explicaran de primera mano cómo habían sido esas escuelas, en las que ellas habían estudiado.
De hecho, una de las cosas que más me gusta de las actividades de Casa tía Julia es que intentamos que se mezclen perfiles muy diferentes, no sabéis lo que se aprende cuando en un mismo lugar puedes escuchar a Angelines hablando de las escuelas y de la iglesia, a El Comité Bio dándonos a conocer sus reuniones técnico-creativas en Bilbao o a Julita defendiendo cómo el arte puede ser una energía transformadora en un pequeño pueblo.
Se nos fue la tarde hablando y compartiendo historias y lo que en nuestro programa previo eran 2 horas, fueron casi 4 que nos supieron a poco y nos dejaron con ganas de más. Eduardo, por ejemplo, lanzó el reto de que en la siguiente ocasión sea ya un «working-net», un encuentro en el que además de hablar, se cree algo concreto. Piedad, desde Bijuesca, recogió el guante de organizar el siguiente «networking» (o «working-net») de invierno, a finales de enero o principios de febrero.
Para nosotras fue un chute de energía que todavía nos dura y a mi guapa, que ahora anda obsesionada con el tema de las raíces (su pasada exposición en Madrid, precisamente, se llamaba «Ramas y desarraigo») le llegaron especialmente los comentarios de Iratxe y de Lydia sobre el tema.
Para mí, además, ha sido una especie de punto de inflexión en el que me doy cuenta de que este proyecto loco con el que siempre soñaba ya está en marcha, ya no es solo una cosa que está en mi cabeza o en una página web, sino que es algo que existe y que poco a poco empieza a ser un verdadero punto de encuentro y refugio de ideas.
Muchísimas gracias, de nuevo, a todos las personas que os acercasteis por ayudarme a demostrar que sí, que se pueden hacer cosas desde un pequeño lugar de 30 habitantes.